En 1886 el flagelo del cólera provocó la muerte de un tercio de la población.
Los entierros se realizaban en las chacras, en el mismo pueblo o en forma clandestina para evitar la cuarentena que se imponía por estar en contacto con el enfermo. Ante esto se habilitó un cementerio provisorio en un terreno que cedió la familia Podio y que formalmente donaron en 1897 a la Comisión de Fomento.